Somos Marta y Javi, miembros de Biziz-Bizi. En el verano de 2015
recorrimos en bicicleta el Norte de la India. Fueron siete inolvidables
semanas que resumimos en siete momentos.
Decía Gabriel García Márquez que la vida no es lo que nos sucedió,
sino lo que recordamos y cómo lo recordamos, por lo tanto, lo que os cuento a
continuación, no es lo vivido este verano a lo largo de siete semanas en
bicicleta por el norte de la India, sino lo que recuerdo y cómo lo recuerdo.
Cuando por primera vez busqué Leh en el Times Rialp Atlas of the World que mi
padre, Vicente, había comprado hace muchos años con la intención de viajar sin
moverse de casa, tomé por una señal el hecho de que, en aquel largo índice,
apareciera justo debajo de Legutiano. Posteriormente aparecerían otras señales,
inventadas o puestas por el destino, cualquiera sabe dónde descansa la frontera
intangible entre realidad y deseo.
Una vez tomada la decisión de visitar el norte de la India, empecé a recopilar
información. Las aventureras que viajamos a países lejanos y extraños queremos,
sobre todo, tener conocimiento de los peligros. Hemos de conocer perfectamente
el límite que existe entre la aventura y la desventura. Parecía que en
Cachemira, la frontera entre Pakistán e India, la situación estaba tranquila.
Eso no quería decir que no hubiera víctimas, sino que las víctimas estaban implicadas
directamente en el conflicto.
Primer recuerdo: el sinsentido de las religiones.
Hemos llegado a Srinagar y al de dos días ha empezado a llover sin parar y con
una intensidad propia únicamente del monzón. Como consecuencia, sucede a
menudo, la única carretera que une Srinagar con Leh ha quedado cortada. Acaba
de comenzar Amarnath, la popular procesión que los hindúes realizan al
Himalaya, y miles de peregrinos han quedado atrapados en un tapón de piedras y
barro. Todos no sin embargo, los peregrinos de alto poder adquisitivo, los que
han viajado en helicóptero, no. Ellos ni siquiera han visto la gran piedra que
ha caído en aquella carretera de montaña.
Se me ocurren mil proyectos
e ideas increíbles que llevar a cabo con el dinero derrochado en esos viajes en
helicóptero para adorar a la diosa Shiva.
Segundo recuerdo: soy un ser humano
El cuarto día, haciendo caso omiso al monzón, hemos puesto las alforjas y hemos
salido de Srinagar. Es un día triste y oscuro. Los independentistas de
Cachemira celebran el día de los mártires. La ciudad antigua, donde se
concentran los partidarios de la independencia, está tomada por los militares y
hay una gran tensión en el ambiente. En las calles desnudas las tiendas están
cerradas y no hay rastro del sonido de los cláxones tan frecuente en India.
He pensado que los soldados, vestidos de camuflaje y con gesto serio en la
cara, nos iban a ordenar dar la vuelta, sin embargo, nos han pedido el
pasaporte, nos han preguntado a donde íbamos y han retirado las alambradas para
dejarnos pasar. Durante un instante he tenido la sensación de estar en el
momento equivocado en el sitio erróneo. No hago caso de las tenaces gotas de
lluvia. Sin saber si esta huida hacia delante será para bien o para mal quiero
salir cuanto antes de aquí. Me viene al recuerdo la guerra de Tayikistán de
hace dos años y no entiendo qué hago de nuevo en un país que vive un conflicto.
Y no lo entiendo porque no soy ni osada ni inconsciente. Y, sin embargo, aquí
estoy. Si el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma
piedra yo, sin lugar a dudas, soy un ser humano.
Tercer recuerdo: globos sin oxígeno.
Después de ascender el Zoji La estamos agotados y nada más bajarlo hemos
preguntado en una aldea musulmana por algún lugar donde poner la tienda. Nos
han dicho que podemos montarla donde queramos. Nuestra experiencia nos dice lo
mismo, porque así ha sido en los países musulmanes que hemos visitado. La gente
del lugar se acerca y se queda mirándonos sin disimulo. Nos hemos convertido en
un espectáculo gratuito.
Hemos traído globos para hacer figuras con ellos. Javi se ha puesto a hacer
flores. Ha sido la locura, niños y adultos con los globos en las manos
queriendo aprender a hacer flores. A la mañana siguiente, desde primera hora,
las niñas se nos acercan pidiéndonos "An kol men" un globo, por
favor, en urdu, su idioma.
Cuarto recuerdo: Soy más fuerte de lo que imaginaba.
Con el jet lag golpeando aún mi cabeza he leído en una publicidad de una marca
de cemento "Eres más fuerte de lo que imaginas". Me he quedado
pensativa y he tenido la impresión de que estaba escrito para mí. Durante el
viaje me he acordado a menudo de esa frase, por ejemplo, mientras subo el Fotu
La jadeando. Un camión se ha quedado atascado en el barro. Los hombres lo
empujan y ponen piedras detrás de las ruedas para que la Tata -así se llaman
los elegantes y coloridos camiones indios- no caiga hacia atrás. Paso a su lado
con los dientes apretados y pedaleando con fuerza convencida de que, de
pararme, la tierra también me atrapará a mí. "Eres más fuerte de lo que
imaginabas". De nuevo he vuelto a recordar la frase.
Subiendo el Tanglang La a 5.100 metros, cuando he girado por última vez, el
viento me ha pegado con fuerza en la cara, sin piedad. Me siento agotada y
tengo lágrimas en los ojos porque el esfuerzo realizado me ha dejado sin
energía, débil y vacía, pero aún así, aquí estoy. "You are passing through
second highest pass of the world. Unbelievable, is not it?" -estás
atravesando el segundo puerto de montaña más alto del mundo. Increíble ¿no?-
dice el cartel. Si, es difícil de creer. Es cierto lo que leí en aquella valla
en Srinagar: Soy más dura de lo que imaginaba. Los motoristas nos saludan al
pasar con el pulgar señalando al cielo. Saben de sobra que nosotros, los que
vamos sin motor y jadeando somos los verdaderos héroes.
Al final del viaje el GPS indicará
34.000 metros de desnivel positivo. Cansancio, dolor en el culo, en las
rodillas... Algunas veces sólo deseo llegar arriba y acabar la inacabable cuesta.
Un sij al volante de su brillante Tata, con el largo cabello que nunca se ha
cortado oculto bajo un turbante naranja, lleva la mano a sus labios y con una
sonrisa me envía un beso inocente.
Cuando he llegado a Leh he levantado los ojos queriendo ver los lejanos ocho
miles, al igual que hice aquel día que llegué a París para ver la torre Eiffel,
convencida de que, siendo tan alta, sería posible verla desde cualquier parte.
Quinto recuerdo: Sisu el perro nómada y los trabajadores de la
carretera
Voy saltando sobre las redondeadas piedras como si anduviera sobre un plástico
de burbujas. Por detrás nos sigue Sisu. Sisu no es su verdadero nombre sino el
del pueblo en el que se unió a nosotros. Tal vez por eso no hace caso al
escucharlo. Es negro pero tiene la pata derecha blanca. Diría que lo que más le
gusta a Sisu en su vida es seguir a los ciclistas. Nunca va más rápido que
nosotros y si cuando hay cuesta abajo se queda atrás sabe que cuesta arriba nos
alcanzará. Hemos hecho 90 kilómetros juntos intercambiando miradas cómplices,
como viejos amigos. Parece que ha hecho eso más veces pero, sinceramente,
me conmueve.
A mis amigos les digo que el norte de la India no es India, o por lo menos que
no es la India que yo esperaba pobre y sucia, tal vez con una sola excepción:
los trabajadores de la carretera. Aunque en la India no hay bolsas de plástico,
los trabajadores de la empresa pública Border Road Organization viven en
tiendas de campaña de plástico, coloridas manchas que salpican aquellos yermos
inhóspitos.
Por encima de los 3000 metros el sol no tiene piedad. En un paraíso sin
sombras, se tumban bajo los camiones para descansar, o en la sombra de la falda
de una montaña de la que hace apenas cinco minutos han retirado una piedra. Las
mujeres trabajadoras se cubren la cara con un pañuelo para tragar la menor
cantidad de polvo posible. A falta de sombras, descansan en la orilla de la
carretera en la misma postura hace tiempo aprendida en la tripa de sus madres.
Trabajan a 5000 metros, en la parte superior del puerto de Tanglang La quitando
de la carretera la nieve helada transportada por la lengua de un glaciar.
Estoy cansada. Hace más de 25 kilómetros que he iniciado el ascenso. La cara de
la mujer me indica que ella también está cansada.He parado la bicicleta y con
un gesto de complicidad entre mujeres le he ofrecido un caramelo, yo me he
llevado otro a la boca. Me lo ha agradecido tímidamente, mirando hacia abajo.
Dicen que el sueldo no es malo, pero el trabajo sí que lo es, pienso yo. Como
Sísifo, tienen el deber de rehacer año tras año las carreteras.
Sexto
recuerdo: la imagen de la dignidad.
Por el hecho de ser visitantes de un país más desarrollado, el valor añadido de
los extranjeros, turistas, viajeros o aventureros es bastante mayor que el de la
gente del país. Aún no entiendo por qué mi vida vale más que la de un
trabajador de Tibet o Nepal, pero así es. Cuando ocurre alguna desgracia
tenemos prioridad. Así ha ocurrido este año en Nepal y así fue también en
Tayikistán cuando comenzó la guerra.
El camino es estrecho. A un lado se puede observar una fila de tiendas de
campaña de plástico de color azul. De allí acaba de salir una joven con un
bonito sari de color rosa. Hace tintinear sus pulseras al ritmo pausado de su
andar. Parece vestida para una película de Bollywood, pero es una trabajadora
de la carretera. Me viene a la mente la imagen de la dignidad.
Séptimo
recuerdo: La suerte de Fito
Fito dice que la suerte viene y va. Cuando perdimos el GPS, nuestra suerte, tan
nómada como nosotros mismos se fue y al encontrarlo, de nuevo volvió. Al pasar
el camión sobre mi rueda se ha ido otra vez, para volver desde Manali en un
autobús con la nueva rueda que de allí nos enviaron. En la India ocurre igual
con muchas cosas, vienen y van. Por ejemplo, la electricidad. Nadie sabe cuándo
vendrá, es más, nadie sabe si vendrá. O Internet " vuelva por la tarde,
quizás haya". El asfalto también viene y va. Igual ocurre con los camiones
militares y las nubes, algunas veces rápidamente impulsadas por el viento. Y ¡cómo no! Sisu, el perro
nómada, detrás de sus queridos ciclistas.
Desde Shimla hasta Delhi hemos cogido el autobús. Mis intestinos están más
vacíos que nunca. La pizza de cumpleaños ha abandonado su interior y está ahora
en una bolsa de papel colgada de mi mano. Parece una triste simulación del
péndulo de Foucault. A pesar de saber que no se trata más que de un mareo
siento que me muero.
En la gigantesca ciudad de Delhi, aunque hay más oxígeno que en el Himalaya, no
se puede respirar. En el aeropuerto Indira Gandhi, sin embargo, hay aire
acondicionado, como en el Himalaya. He entrado en el baño. Tengo la necesidad
de vaciar de nuevo mi vacía tripa. Una trabajadora del lugar se me ha acercado
y me ha dado un largo masaje en la frente. Me ha tocado vivir en el lado bueno
del mundo. El veintitrés de agosto de nuevo ha sido mi cumpleaños ¿el regalo?
Haber nacido en Euskal Herria. Doy las gracias porque cuando nací, la suerte
venía.
Marta Abiega
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