2015(e)ko azaroaren 22(a), igandea

Entreviñas 2015, un lujo para los sentidos y un espacio de cordialidad y buena compañía

Verdes, amarillos, naranjas, rojos intensos ... un hermosísimo paisaje patchwork de viñas ya vendimiadas nos envuelve y acompaña a los poco más de 100 ciclistas urbanos que hemos tenido la suerte de entrar en el cupo de Entreviñas 2015, un lujo para los sentidos y un espacio de cordialidad y buena compañía perfectamente organizado por Logroño en bici.

Todo empieza un viernes por la tarde a la hora de irse a tomar unos vinos, costumbre habitual en Logroño. No vamos a ser menos. La única diferencia es que llegamos en bici a la Plaza del Mercado para hacer una Bici-Crítica por la ciudad. Es de noche, anochece temprano en Octubre, pero se nos ve bien y se nos oye aún más. Una bici-crítica es un relajado paseo en bici-grupo por esas calles principales que los coches habitualmente ocupan y atestan, una reivindicación de otra forma de moverse y vivir la ciudad, más sostenible, amable y divertida. Y que hoy termina con un bici-poteo que hay quien alarga una y otra vez con el mantra de “la última, esta de verdad, que sí que sí”, o eso parece a juzgar por el retraso en la salida del sábado por la mañana. La verdad es que no viene mal porque quienes hemos “madrugado” tenemos margen para el segundo desayuno, ahora con algo salado y un poco más contundente. No sé por qué, pero nunca perdemos peso en estos bici-encuentros.

Logroño en bici nos explica el recorrido: llegaremos a Viana, a tan solo 8 km en línea recta, pedaleando un circunloquio de 45 km que pasa por Fuenmayor, Lapuebla de Labarka, Assa, Oion y Moreda Araba. Nada de carreteras con tráfico, navegamos por carreteritas amables y caminos de tierra entre viñedos, se trata de ir sin prisas y regalarnos la vista y también, por qué no, llenarnos la boca con esos racimos que quien vendimió no supo o quiso recoger: fruta madura, golosa, azucarada.

Imposible perderse porque, aunque cada cual va a su ritmo, somos muchxs y puedes seguir la estela de bicis en el horizonte. También hay quien lleva gps con el recorrido milimetrado, cortesía de la organización, están en todo. La verdad es que es muy útil si te despistas con esa paradita para la foto, esas uvas, esa charleta, esos pinchos en esos bares; ir relajadas es un placer añadido.

El alto de El Cortijo nos ofrece unas vistas espectaculares. Por ahí pasa una cortita Vía Verde, ese proyecto tan lentamente ejecutado de convertir viejas líneas férreas abandonadas en preciosos caminos naturales de suaves desniveles aptos para todos los públicos. El problema es que, a diferencia de Francia, por mentar al país más cercano, suelen ser cachos aislados y desconectados de los núcleos urbanos a los que hay que acceder en coche, una contradicción. Nuestra suerte en este bici-viaje es que a ratos nos beneficiamos del GR-99 o Camino Natural del Ebro y también del Camino francés de Santiago, bastante ciclables en general.


De ahí bajamos a Fuenmayor, una grata sorpresa de buenos pintxos. Así, lo que prometía ser parada para el vermú termina siendo una casi-comida de picoteo. Hace un día estupendo y en esta plaza con fuente de racimo la silla de la terraza del bar se pega al trasero: “otro vinito, camarero”. Pero la fuerza de voluntad se impone y tomamos dirección a Cenicero para reencontrarnos con el Ebro (iber-ibar) que acompañamos en dirección E hasta el puente de Lapuebla de Labarka. Una abrupta pendiente nos pone en la iglesia desde cuya plaza con vistas verticales gritamos a quienes llegan después que es un falso llano, que pongan el plato grande, sin confesar, claro está, que algunos hemos descabalgado y tirado de zapatilla; hay que aclarar que esta es una marcha con alforjas y ya se sabe que tendemos a cargarlas con mucho porsiacaso perfectamente prescindible.

El camino hacia Assa tiene tres posibilidades: la carretera que va junto al río, que no cogemos, la vía asfaltada de en medio, que tampoco cogemos porque en la bifurcación tira hacia arriba que da miedo y no se ve el final, y la de la izquierda que marca el GR que pinta mejor pero termina siendo un camino de tierra de subebaja que parece no acabar nunca, que es la que cogemos. Errar es de sabias, así se aprende. Menos mal que por fin se avista Oion y que allí reparamos fuerzas, pues cae otra parada-terraza-bar. Es ya un poco tarde pero nos encienden la plancha y el pincho moruno y la cervecita entran de miedo. Parada justa, pues tampoco hay que demorarse mucho porque estamos en otoño y los días acortan una barbaridad.

En Viana nos espera un polideportivo donde darnos una ducha y extender saco y esterilla para una noche... compartida. Somos gentes de entre 35 y 55, gentes curtidas y bien avenidas, tolerantes y divertidas. Ayuda también el plan que nos han preparado: visita cultural y cena de grupo. La primera sorprende: oímos, vemos y apreciamos cosas que en una visita por nuestra cuenta se nos habrían pasado por alto. La segunda da pie a un ameno tet-a-tet entre omnivoros y veganas, ¡qué culpa tienen los veganos de que, por conveniencia del servicio, les hayan puesto en la bodega bajo tierra! Nos conquista su buen humor ante la injusta segregación por su orientación alimentaria y terminamos compartiendo vino de la tierra.

El domingo a la mañana salimos tarde, por supuesto. A las diez se cuentan compas con los dedos de la mano. Aprovechamos, pues, para un segundo desayuno con pintxo de tortilla y alegría... ¿riojana? ¡Estamos en Navarra pero pican igual! Yo no puedo con una décima parte de lo que se toma el indígena que se sienta a mi lado. Calienta bien, eso sí.

Toca otro paisaje, en vez de viñas campos de cereal y olivos bajo la Sierra de Cantabria. Es decir, de Viana hacia el norte, hacia Torres del Río y la Ermita del Poyo y vuelta a Viana. No iba a ser tan sencillo, hay que dar un poco de vuelta así que nos han preparado 30 kilómetros en una circular y quien quiera o deba que se vuelva desde Viana a Logroño por el Camino de Santiago, otros nueve km.

Caminos de tierra sobre todo, pequeñas lomas que subir y bajar. La limpieza del paisaje permite ver el recorrido tachuelado de pequeñas hormigas-bici en fila hacia el choripan prometido en Torres, un pequeño pero muy cuidado pueblo con una iglesia románica octogonal que es una joya de visita obligada. Nos entretenemos, se nos enfrían las piernas, y aun quedan 100 m de desnivel en apenas dos km para luego merecer esa larga cuesta abajo que, aunque a veces interrupta, nos devuelve suavemente a Viana primero y a Logroño después; además, el viento dominante los dos días, de componente este, ahora ayuda mucho. Toca volver a casa y prometer que el año que viene ¡repetimos sin duda!


1 iruzkin:

  1. Zorionak Rafa! Oso polita. Bloga gorpuzten doa eta gero eta ederrago dago.

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